Ana Laura Pazos González
Marzo, 2019
#IdeasInspiradoras
En 1956, cuando Barbro Karlén tenía dos años de edad, le dijo a su madre que su verdadero nombre era Ana Frank. La mujer —que nunca antes había escuchado ese nombre, pues el famoso diario aún no se traducía al sueco— miró a su hija con sorpresa, pensando que ésta tenía una gran imaginación. Pasó el tiempo y Barbro continuó pidiéndole a su familia que la llamara Ana, pues los recuerdos de "esa otra vida" no dejaban de flotar en su conciencia, mezclándose con los de su actual identidad sueca. A la edad de doce años publicó su ópera prima, Hombre en la Tierra —así que desde muy joven demostró tener talento para la escritura, como su supuesta personalidad anterior—, y poco después sorprendería a sus padres cuando, al encontrarse por primera vez en la ciudad de Ámsterdam, logró guiarlos desde el hotel en que se hospedaban hasta la casa de Ana Frank —sin necesidad de un mapa o de cualquier otro tipo de ayuda—, como si hubiera recorrido esas calles decenas de veces.
Para muchos, historias como la anterior no son más que anécdotas aisladas que no merecen nuestra atención o acaso fantasías confeccionadas por una mente enferma. Otros, como el bioquímico y psiquiatra canadiense Ian Stevenson (1918-2007), han concebido estos relatos como material digno de ser estudiado, pues en ellos podría encontrarse alguna clave para alcanzar una mejor comprensión de eso que llamamos conciencia o, incluso, la prueba de que ésta es inmortal y se "encarna" en distintos cuerpos en su ir y venir al planeta Tierra.
El doctor Stevenson entrevistó a miles de niños de diferentes partes del mundo que decían tener recuerdos de vidas pasadas y, con el método propio de un detective y el rigor que caracteriza al quehacer científico, se dedicó a rastrear a las "personalidades anteriores" de los niños en cuestión. Sus hallazgos fueron tan notables que despertaron el interés de figuras de la talla de Carl Sagan, quien en su libro El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad (1995) escribió que el fenómeno de la reencarnación merecía un estudio serio "por tener un fundamento experimental, aunque todavía dudoso". A continuación, veamos cuáles fueron los motivos del célebre astrónomo para hacer una afirmación como la antes citada.
Un espíritu escéptico
Ian Stevenson no se parecía en nada a los supuestos expertos en ufología que aparecen en el programa Alienígenas ancestrales, quienes por lo general se empeñan en hacer embonar piezas de un rompecabezas imposible. Él era un hombre de ciencia en toda la extensión de la palabra —fungió como director del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Virginia y fue jefe de su División de Estudios de Percepción— que, a pesar de la sustanciosa evidencia que recolectó durante sus más de cuarenta años de investigación, se fue de este mundo sin afirmar que había demostrado la existencia de la reencarnación, pues su espíritu escéptico le impedía decantarse por una explicación definitiva.
En 1960, intrigado por los numerosos casos de niños que supuestamente tenían memorias detalladas de una vida anterior, decidió viajar hasta los lugares donde estos vivían —como la India, Sri Lanka, Líbano, Brasil y Alaska, entre otros— para entrevistarlos, intentar localizar a los familiares de la "personalidad fallecida" y comparar sus testimonios. Así, utilizando un método equiparable al de un historiador o un abogado que recolecta declaraciones, fue reconstruyendo estos relatos de muerte y renacimiento, que más tarde presentaría en libros como Twenty Cases Suggestive of Reincarnation (1974) —Veinte casos que hacen pensar en la reencarnación—, donde contrasta lo dicho por una y otra parte. Para su sorpresa, en los casos del mencionado libro, encontró una discrepancia entre los testimonios de apenas un diez por ciento.
Los niños
La mayoría de los niños entrevistados tenían entre dos y cuatro años de edad durante el primer encuentro. El doctor Stevenson constató que, en muchas ocasiones, tan pronto comenzaban a hablar los pequeños expresaban su desconcierto por hallarse con personas que en realidad "no eran sus padres" —pues los suyos se llamaban de tal o cual manera y vivían en tal o cual poblado— y repetían obsesivamente una serie de nombres que no significaban nada para su familia actual. Hasta aquí todo podría parecer una simple fantasía infantil, pues es común que los niños se conviertan en "otros" durante sus juegos; sin embargo, estas historias incluían detalles sorprendentes, como la forma y el lugar preciso en que habían muerto durante su anterior encarnación. Algunos, incluso, al reencontrarse con sus supuestos familiares de otra vida, se comportaban como madres, padres, esposas o maridos de aquéllos que habrían sido sus hijos o cónyuges.
Uno de los casos más ilustrativos de lo anterior en Twenty Cases Suggestive of Reincarnation es el de Sukla, una niña india que desde que tenía un año y medio de edad solía llevar consigo un pequeño bloque de madera al que identificaba como su hija Minu. Un par de años después, Sukla reveló que "su esposo" y Minu vivían en Rathtala, en la villa de Bhatpara, un lugar en el que la niña jamás había estado. Cuando cumplió cinco años, Sukla les rogó a sus padres que la llevaran a Rathala. Una vez allí, los guió hasta la casa de un hombre cuyo hijo había estado casado con una mujer llamada Mana, quien había muerto hace unos años, dejando huérfana a su nieta Minu. Durante su visita, Sukla reconoció por su nombre a distintos miembros de la familia, así como varios de los saris que "le habían pertenecido". Pero eso no es todo. El doctor Stevenson tuvo la oportunidad de ver cómo la pequeña interactuaba con Minu y Haridhan, su supuesto esposo de la vida anterior: "Con Minu, Sukla interpretaba el rol de una madre con su amada hija… Y con Haridhan, presentaba el comportamiento propio de una dama hindú con su esposo. Por ejemplo, ella se comía los restos de comida de su plato, pero no los de nadie más" 1 —lo cual es una costumbre en la India.
El doctor Stevenson investigó cada caso escrupulosamente, asegurándose de que no hubiera un acuerdo entre ambas partes para montar el engaño y de que nadie estuviera recibiendo una recompensa económica o de cualquier otro tipo por sembrar falsos recuerdos en las mentes de los niños. De los dos mil quinientos casos que acumuló durante su carrera, descubrió varios fraudes y otros que no pudieron resolverse —ya que no logró localizar a los familiares de la persona fallecida—, pero la mitad de ellos apoyaba la teoría de la reencarnación, pues los niños tenían recuerdos concretos de una vida anterior que pudieron ser verificados, sin mencionar su conocimiento geográfico de lugares que visitaban por primera vez y el hecho de que hubieran sido capaces de reconocer a familiares o amigos de la personalidad fallecida ante los sorprendidos ojos del investigador. Además, algunos de los pequeños presentaban marcas o defectos de nacimiento que concordaban con el registro post mortem del individuo que Stevenson había identificado como la personalidad de la vida anterior; así, por ejemplo, un niño que tenía una marca de nacimiento en el cuello correspondía con un hombre que había sido asesinado de un tiro en la garganta.
Entonces, ¿es un hecho que la reencarnación existe?
En lugar de terminar este artículo con una respuesta, prefiero dejar al lector con algunas reflexiones que lo lleven a hacerse preguntas, a investigar y a formarse una opinión más informada sobre el tema. Primero, cabe mencionar que en los casos de fraude documentados por Ian Stevenson, la supuesta personalidad anterior correspondía a una figura célebre, como Mahatma Gandhi, que le traería cierta fama y fortuna a la familia del supuesto reencarnado, y no a personas comunes, que en ocasiones pertenecierion a una casta inferior a la actual o que "en su otra vida" realizaron acciones reprobables. También es importante decir que el doctor Stevenson consideró otras posibles explicaciones para el fenómeno, como la clarividencia, que le permitiría al niño contactar a su fuente de información de manera remota; o la criptomnesia, que ocurre cuando algo que está almacenado en la memoria —el fragmento de un libro o la historia contada por un tercero, por ejemplo— se experimenta como un recuerdo propio. Sin embargo, éstas no logran explicar la correspondencia de una marca de nacimiento con la herida mortal de la personalidad anterior, ni el hecho de que los niños pudieran reconocer a un "amigo de otra vida" de manera espontánea mientras caminaban por la calle.
Los médicos suelen decir que "Si escuchan a lo lejos ruido de cascos, piensen en caballos, no en cebras", para dar a entender que la explicación más sencilla tiende a ser la correcta. Y Carl Sagan nos aconseja "intentar no comprometernos en exceso con una hipótesis, pues se trata sólo de una estación en el camino de la búsqueda del conocimiento". 2 Quizás haciendo caso a estas dos recomendaciones, podamos llegar airosos a la siguiente parada de nuestro viaje...
1 Stevenson, Ian, Twenty Cases Suggestive of Reincarnation, second edition, revised and enlarged, University Press of Virginia, 1974, pág. 57.
2 Sagan, Carl, El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad, Planeta, 2002, pág. 233.