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La emancipación de Fontana

La emancipación de Fontana
Carla María Durán Ugalde

Carla María Durán Ugalde

Ficciones

Querido Miguel,
Me voy. Te dejo. Esta vez es para siempre. No será como hace dos semanas que no llegué más allá de la sala y mejor me quedé ahí. Una mitad de mi corazón deseaba que me dieras por perdida y la otra mitad que me encontraras; claramente pasó lo último y de inmediato me di cuenta de mi error, debía irme. Tal vez no pude cumplir con mis intenciones porque me marchaba sin despedirme y la verdad es que te quiero. Por eso te escribo ahora, para no dejar nada inconcluso, para irme realmente libre.

No te sientas culpable de mi partida. No es tu culpa que yo viva, que yo sea lo que soy. En realidad, no sé de quién es la culpa, si es una bendición o si he sido maldecida con esta consciencia que llevo a cuestas desde antes de poderme mover a mi antojo.

Sí, Migue, desde antes de que pudiera andar mis propios pasos ya te veía; aunque no tengo ojos lo veía todo, ¡qué milagro! Y antes de verte te sentía, te oía… Revolviendo todos los triques de tu escritorio, eligiéndome a mí por sobre cualquier otra, tomándome entre tus ásperas manos, dirigiéndome por tu enredada caligrafía, por tus historias de hombres que fuman y beben café, que resuelven crímenes y pasan las noches siendo infelices con mujeres que los aman…

Todo me era tan maravilloso entonces. Iba despertando y ser tu cómplice era mi propósito; escribir tus historias era a todo lo que podía aspirar. Tú me llevabas a conocer el mundo desde tu libreta, con tus borradores; tus personajes para mí eran los mejores hombres, los más valientes, los más torturados, eran tú. Lo que quiero decir, Migue, es que en ese entonces te amé porque yo podía ser sólo a través de ti, de tus yemas sosteniéndome, de tus nudillos en los que me recargaba y dejaba mis marcas. Yo sólo tenía palabras tuyas y así mi despertar al mundo fue de tu mano y pensé que lo eras todo.

¿Por qué me elegiste para subrayar ese libro? El papel no era bueno para mí, se traspasaron las marcas a otras páginas y dejé manchas entre las líneas. Hubieras agarrado un lápiz. Así yo no hubiera leído y seguiría creyendo que tus mundos son los únicos posibles. Me dejaste pasar la noche entre las páginas y esa fue la primera vez que pude moverme. Me conmovieron tanto esos cuentos, viajé por Grecia, por el Oriente, conocí los pasos desvalidos de la diosa Kali y a la virgen de las golondrinas, me sentí más alta y más llena que antes, era otra.

Al día siguiente te enojaste tanto conmigo.

Me tomaste de entre las páginas y te dispusiste a seguir escribiendo tu novela. Pero entonces yo moví tu mano e hice que Hilda dijera: “No, detective, yo no soy ese tipo de mujer”. Y te enfureciste y me hiciste pasar por encima de lo que yo había creado. Era otra Hilda, una que no era para ti ni para tu personaje, una que era libre, una que podría a amar a alguien que la amara.

Me obstiné en crear por mi cuenta y, más adelante, en una de las horribles escenas de cama que acostumbras, me entrometí de nuevo. Escribí: “No puedo dejar de mirar tus ojos, son como zafiros”. Te pusiste peor que cuando hice que Hilda fuera ella misma. Hiciste presión sobre mis palabras, las enterraste con más tinta. “Maldito lugar común”, dijiste entre dientes.

Me tomaste con más fuerza y seguiste escribiendo, pero de vez en cuando yo tomaba el control. “En el crepúsculo con nubes rosadas como algodón de azúcar”, “erupsion”, “mi deseo por ti arde en mi corazón”, “tenía un mar de dudas”, “ridiculo”, “mallor”, “sonrisa seductora”, “expectativa”… “¡Maldito demonio de las erratas y los lugares comunes! ¡Así no puedo escribir!” —te escuché decir—. Me arrumbaste con todo y el cuaderno a un lado del escritorio como si tú no hubieras escrito “dificil”, así sin acento, unas líneas antes, como si tus personajes no fueran todos iguales. Pero como eso viene de ti, no hay que corregirlo. Tú te sientes perfecto, Miguel, no creas que no he visto como practicas frente al espejo discursos de agradecimiento por si llegas a ganar algún premio.

Ay, Migue… Perdóname por eso último, si fuera grafito lo borraría, pero ya ves que es tinta. ¿Quién soy yo para decir que un día no serás un premio Nobel? No quería echarte en cara lo que pasó ese día. En el fondo sé que yo tampoco te dejaría a ti ser cocreador de mis historias y que esto fue necesario para decidirme a ser. En serio discúlpame. Prosigo:

Después de eso volviste a escribir como siempre, dejé de meterme en tus cosas, te dejé escribir al mismo detective con diferente nombre y a la misma mujer peligrosa. Quería resignarme a que tus textos siempre serán tuyos y yo sólo seré una herramienta. Pero en mí pesaba esta mente, esta consciencia que imagina y sueña y soy yo. Ardían en mí estas ganas de sacar las historias que yo tenía dentro, mis historias. Quiero escribir historias de amor en las que haya finales felices, quiero escribir sobre mujeres que aman y son amadas de vuelta, que son valientes, que toman sus propias decisiones… Y yo quiero parecerme a ellas.

Por eso no puedo estar más aquí contigo, Migue, necesito dejar de ser tu pluma escribiente y ser una pluma escritora.

¿Adónde iré? No lo sé. Cualquier camino es largo para alguien que apenas mide doce centímetros. He pensado en refugiarme en la biblioteca de alguna escuela, ahí tendré mucho que leer. Ya no imagino mi felicidad sin estar rodeada de libros.

Sé que debe ser una sorpresa para ti saber que yo soy yo, que estoy viva, que pienso, que soy la culpable de ese día de errores de ortografía y lugares comunes (faltas de principiante de las que nunca me desharé si no me voy). Pero así es la vida: mucho más increíble que la ficción, con más cosas inexplicables, con más tramas y nudos que no llevan a ninguna parte.

Tú, Miguel, por increíble que parezca, tuviste una pluma que un día cobró vida y decidió marcharse para escribir sus propios cuentos. Tienes que saber que esto es cierto. No es una broma de nadie. Fíjate bien en mi letra, no es como la de Rodolfo, ni la de Abraham, nada qué ver con los garabatos de Francisco ni con la redondeada letra de Lupita ni la cursiva de Eugenia. Es mía. Puedes dudar hasta el último día de tu vida sobre esto y culpar a cualquiera de ellos, pero espero que me creas. Supongo que haber citado directamente de tus borradores (que son íntimo secreto nuestro) me da credibilidad y, sin embargo, esto sigue pareciendo el delirio de un loco. Sólo me queda confiar en que la intuición te dirá que esto es verdad y que guardarás lo que ha ocurrido en tu corazón y dejarás a la lógica aparte.

Como nunca supiste que yo vivía y deseaba como tú, como cualquier persona, nunca me llamaste por ningún nombre, fui en tus labios “mi pluma fuente”. Pero he decidido darme un nombre y con él, firmo.

Fontana.

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